El 10 y 11 de abril en Ciudad de Panamá se realizó la séptima Cumbre de las Américas, donde participaron los 35 estados independientes de la Organización de los Estados Americanos – OEA (Dos de Norteamérica, 21 de Centroamérica y El Caribe y 12 de Suramérica). La intención del encuentro era abordar temas económicos, políticos y comerciales de la región con relevancia para todo el continente. Estados Unidos lideró la cumbre, mostrando señales de recuperación, no solo económica, sino también política, y fue sin dudarlo, uno de los grandes triunfadores.
La cumbre estuvo claramente protagonizada por la presencia de Cuba en este escenario continental, un saludo amistoso y una reunión histórica entre los presidentes Raúl Castro y Barack Obama, que sin delimitar una hoja de ruta entre las dos naciones, sí lograron exponer diplomáticamente las posiciones de cada uno y se dejó la puerta abierta para futuras conversaciones. Por supuesto, esto es un gran avance dentro de la política de relaciones internacionales del continente, y constituye el primer eslabón para la construcción de una América integral, moderna y con proyección a futuro. Sin embargo, referente a los demás temas de la Cumbre se puede concluir que hubo muy pocos resultados.
Recuperar las relaciones diplomáticas entre Brasil y Estados Unidos, luego del revés por el espionaje del segundo sobre el primero, la problemática social migratoria entre Guatemala, Honduras y El Salvador, la tensión política entre Venezuela y los Estados Unidos, la crisis económica, política y democrática en Venezuela, entre otros, fueron temas dentro de la agenda, pero que no alcanzaron mayor trascendencia.
La participación de Colombia estuvo sobre las exceptivas (ni más ni menos), intervenido en diferentes paneles, foros y reuniones y destacando el respaldo americano al proceso de paz, pero evidenciándose un desgaste en el discurso y una falta de iniciativas propositivas con respecto a otros temas de gran relevancia tanto a nivel nacional como internacional. Tan solo temas como la educación y el comercio, fueron defendidos fervientemente por los respectivos jefes de cartera del gobierno, en búsqueda de un sistema interamericano de educación y la promoción de la inversión extrajera en el país.
La próxima cumbre será en el año 2018 en Lima, Perú y se espera que la cumbre logre dar un giro y que se convierta en un escenario para que sea aprovechado por las naciones del continente para tratar temas de interés colectivo que en realidad lleven a procesos de cooperación internacional y para aunar esfuerzos en pro de incentivar el crecimiento y el desarrollo económico de los países americanos. Vale la pena recordar que al día de hoy, a excepción de los Estados Unidos, y en menor escala, Canadá, las naciones de América se encuentran en un proceso de desaceleración económica muy fuerte y que los problemas estructurales por la cuenta corriente hacen que estos países estén en una posición de gran vulnerabilidad frente a los choques económicos internacionales.
Es primordial que dentro de la cumbre se generen discusiones en torno a políticas de economía regional, donde las naciones puedan llegar a consensos y se firmen incluso actas de compromiso, y, de este modo, la cumbre sea el faro planificador de la política económica exterior de la región.